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CIENCIA E RELIGIÃO

Hawking, en el centro de la polémica

Su último libro vuelve a abrir la heridas de la vieja disputa entre Ciencia y Religión

por Jose Manuel Nieves, Madrid
03.09.2010

El último libro de Stephen Hawking «The grand design», cuyo avance se ha publicado estos días en The Times, parece haber reabierto las nunca del todo bien cicatrizadas heridas de la vieja disputa entre Ciencia y Religión. La pregunta fundamental sigue siendo la misma: ¿Es Dios necesario para explicar el mundo en que vivimos? Las respuestas, sin embargo, según el punto de vista desde el que se aborden, pueden ser, y son, completamente diferentes.
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Para Hawking, sencillamente, Dios no tiene lugar alguno en las actuales teorías científicas sobre la creación del universo. Los avances conseguidos en Física, dice el científico, bastan para explicar, por sí mismos, el origen y la naturaleza de nuestro universo, sin necesidad de recurrir a ninguna clase de intervención divina.
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Y no es que el físico británico niegue la existencia de Dios, cosa que no ha hecho nunca directamente, sino que se limita a afirmar que su intervención no es necesaria para explicar la existencia del mundo y de todo cuanto le rodea. Una idea que puede parecer, pero que no es, contradictoria. Por lo menos desde el punto de vista científico.
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Pero veamos. ¿Está la mano de Dios detrás de cada fenómeno natural, manejando los hilos a su antojo en cada momento? Decir que sí equivale a afirmar que es Dios en persona quien decide si va a llover o no, si habrá un huracán o si, por ejemplo, un volcán va a entrar o no en erupción.
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Afortunadamente, los tiempos en que la mano divina se buscaba detrás de cada rayo, nube, sequía o terremoto quedan ya muy lejos. La Ciencia, paso a paso, ha ido explicando cómo y por qué se producen los distintos fenómenos naturales, sean o no beneficiosos para el hombre, desvelando las leyes que subyacen en cada caso para producir los efectos que observamos.
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Dios no aparece en ninguna teoría
Pero la Ciencia, hoy, no se limita a eso. Muy al contrario, los avances del último siglo la han llevado hasta la mismísima frontera del conocimiento y la comprensión humanas, desde lo más grande a lo más pequeño. La Física por un lado y la Cosmología por otro han llegado tan lejos que están al borde mismo de explicar cómo surgió y se desarrolló el universo en que vivimos. Y resulta que Dios, en esas teorías, no aparece por ninguna parte.
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Ese es precisamente el terreno en que se mueve Stephen Hawking, uno de los físicos teóricos más brillantes de nuestro tiempo. Hace casi tres décadas, Hawking en persona creía (y así lo declaró a este periodista en una entrevista publicada en ABC), que para el año 2000 la Física dejaría de existir como Ciencia, ya que no le quedaría nada por explicar.
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Hoy, en 2010, el físico ha cambiado de opinión al respecto y reconoce que, al final, es posible que no exista una teoría del todo, un cuerpo teórico unificado que sirva, por si solo, para dar cuenta de todos los fenómenos de la Naturaleza. A medida que el conocimiento avanza, esa «teoría total» ha dejado de ser tan necesaria como se pensaba en los años 80. De hecho, opina Hawking en su nuevo libro, es perfectamente posible explicarlo todo sin necesidad de ese cuerpo teórico global.
La Ciencia ha arrinconado a Dios.
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Pero, ¿Y Dios? ¿Cómo encaja exactamente la figura de un Creador en un Universo que parece explicarse a sí mismo en virtud de una serie de leyes inmutables? A lo largo de la Historia, y a base de conocimientos cada vez más abundantes y precisos, la figura de un Dios que está detrás de todas las cosas ha ido cediendo terreno. La Ciencia, opina Hawking, ha ido «arrinconando» a Dios, encontrando una explicación concreta para cada uno de los fenómenos naturales que nos rodean, desde el nacimiento de una estrella a la formación de una tormenta.
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Una línea de razonamiento que mantiene desde siempre y que es, precisamente, la que le ha llevado a concluir que no se necesita la intervención de Dios para explicar la existencia y el devenir del universo que concemos.
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Es importante subrayar, en contra de lo publicado estos días por numerosos medios de comunicación, que el físico británico no ha tenido nunca otra opinión diferente a ésta. Cuando Hawking escribió, como colofón a su «Breve historia del tiempo» que «si descubrimos una teoría del todo comprenderemos la mente de Dios» se refería a Él como a una metáfora, y no de forma literal. Corría el año 1988 y por aquél entonces la búsqueda de la teoría del todo estaba en pleno apogeo.
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También Einstein, que no era precisamente religioso, recurrió al Creador en la célebre frase de «Dios no juega a los dados», pero lo hizo para rebelarse contra el caos que la entonces incipiente Física cuántica inyectaba en un universo que hasta ese momento se creía perfectamente ordenado y previsible.
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Las ideas de Stephen Hawking a este respecto, pues, no han cambiado en absoluto. De hecho, en aquella misma entrevista publicada en ABC hace más de veinte años, el científico ya decía que la figura de un Creador no se necesita para explicar el universo en que vivimos. Para eso ya bastan las leyes de la Física.
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Siempre podemos pensar, decía (y sigue diciendo) Hawking, que Dios podría ser el autor de esas mismas leyes que hicieron posible todo lo demás, pero entonces estaríamos hablando de un Dios muy lejano y apartado del hombre, que se limitó a escribir las reglas básicas a partir de las cuales surgió y pudo desarrollarse todo lo que existe. Si lo pensamos bien, eso equivale a decir que, desde que nació el universo, hace 13.700 millones de años, Dios no ha vuelto a tener ninguna intervención en su devenir, ya que todo lo que sucedió después del Big Bang se puede explicar en virtud de esas mismas leyes creadas por Él.
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No es cierto, pues, que Stephen Hawking haya cambiado de idea con respecto a la existencia de Dios. Sigue pensando y diciendo las mismas cosas que decía y pensaba hace varias décadas. Sí que es cierto, sin embargo, que hace ya diez años largos que el físico británico publicó su último best seller, del que por cierto consiguió vender más de seis millones de copias en todo el mundo.
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En los últimos meses, la figura de Stephen Hawking ha aparecido varias veces en los medios de todo el planeta por sus declaraciones, en un caso, sobre la peligrosidad de un eventual encuentro con una hipotética inteligencia extraterrestre; y por su convicción, en otro, de que la única posibilidad de supervivencia del hombre es abandonar nuestro planeta, moribundo, y salir a conquistar las estrellas.
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Parecería, pues, que de alguna forma, y a punto de salir su nuevo libro, resulta muy conveniente que la figura de Stephen Hawking rellene periódicamente las páginas de los periódicos del mundo. ¿Por qué si no se iba a generar justo ahora una polémica sobre unas ideas que no han cambiado un ápice en las últimas dos décadas?
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En resumen: Hawking, que se mueve en las fronteras mismas del conocimiento, es y ha sido hasta ahora perfectamente coherente con sus ideas y sus convicciones. Y sus opiniones sobre la necesidad o no de un Creador para explicar la realidad en que vivimos no han cambiado en absoluto. Por eso, jugar ahora con un supuesto «cambio de actitud» del científico con respecto de lo religioso con la intención de generar ruido y publicidad para su nuevo libro supone un flaco favor para la Ciencia y también para el propio Hawking, que a pesar de sus numerosas apariciones públicas y su sentido del humor dista mucho de ser un simple fenómeno mediático.
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Se trata, no lo olvidemos, de uno de los científicos más brillantes y prolijos de los últimos cien años, y sus trabajos han contribuido enormemente a nuestra comprensión profunda del universo en el que nos ha tocado vivir. Sus aportaciones han creado escuela y algunas de ellas ocupan por derecho propio un lugar destacado entre las mejores páginas de la historia de la Ciencia.
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Esa es la imagen de Stephen Hawking que debe perdurar y servir de ejemplo a las futuras generaciones de científicos y de amantes del conocimiento. Y no la de un personaje superficial siempre en busca de la polémica y cuyas convicciones más profundas están al albur de los intereses materiales de cada momento.
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